jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Vivo o muerto? ¡Tú decides!



¿Vivo o muerto? ¡Tú decides!
Reflexión del Evangelio de Lucas 20,27-38

“Los vivos, los vivos son quienes te alaban, como yo ahora”. Así lo declara el profeta Isaías (38,19) en el cántico que la Iglesia titula: “angustias de un moribundo y alegría de la curación”. Si nos detenemos a contemplar el título de este texto inspirado, podremos notar que en él se ilustra un paso fundamental en la vida de todo creyente: el paso de la angustia a la alegría; de la muerte a la vida. Es por eso que el profeta es capaz de alabar a Dios, por el simple hecho de estar vivo; de haber pasado de la angustia de la enfermedad a la alegría de la salud. En cambio los muertos no pueden alabar, están muertos, sólo los vivos pueden seguir alabando, bendiciendo y reconociendo al Dios que vive para siempre y se hace presente en la historia porque desea que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad: Cristo su Hijo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6).


Podemos decir entonces que en el plano de la Fe obediente a Dios no hay muerte sino “vida y vida en abundancia” (Jn 10,10). En cambio en el plano de una vida sin Dios el pecado es quien toma las riendas y paga con la muerte: “La causa de la muerte es el pecado”. Así nos dice San Pablo en la carta a los Romanos (6,23) y esta afirmación del apóstol debe convertirse para todos en un llamado a vida nueva en la resurrección de Cristo, es decir a vivir en la gracia que nos otorga la salvación de Jesús y a rechazar la fuerza del pecado que como una enfermedad nos imposibilita para la vida de alabanza y nos pone de espaldas a Dios y a su obra de sanación. Al aceptar la salud (salvación) que nos ha venido a traer Cristo Jesús; el médico de las almas, permitimos que en nosotros comience un proceso de conversión en el que somos sanados de las heridas que en el alma han dejado el mal y el pecado. Así arrancados del poder de la muerte somos conducidos al don de la alegría que nos permite permanecer (vivir) en Dios, alabarlo por sus obras y gozarnos en sus milagros. "Permanezcan en mi amor; nos dice Jesús, para que mi alegría esté dentro de ustedes y su alegría sea verdadera" (Jn 14,9). Es esta la condición para alcanzar alegría verdadera, Permanecer en él, es entrar en sintonía con el Dios de vivos y no de muertos, es vivir adheridos a él en la Fe, la Obediencia y el Amor, de modo que podamos dar frutos en todo tiempo, así como dan frutos en abundancia las ramas que permanecen unidas al árbol (Jn 15,5).

Es este el programa de vida al que Jesús nos invita cuando en el Evangelio de hoy nos llama a creer que “Dios es un Dios de vivos y no de muertos”. Su llamada es una clara invitación a resucitar con Él, a cortar con los lazos de la muerte que constantemente nos atan al pecado y a sus consecuencias. Es este el único modo posible que Dios nos ofrece para obrar en nuestra vida; en nuestra historia, en la cotidianidad de cada día, y se trata simplemente de dejar que sea Él quien; como dice San Pablo en la segunda carta escrita a los Tesalonicenses, “dirija nuestros corazones para que amemos a Dios y tengamos así constancia en Cristo” (3,5). Es un camino al alcance de todos. Depende de ti ponerlo en práctica, asumirlo para tu vida. El beneficio será para todos, de bendición para cuantos viven contigo o trabajan a tu lado y de salvación y provecho espiritual para ti. ¿Qué esperas hermano y hermana? Es hora de abandonar los sepulcros de muerte en los que el pecado te quiere tener cautivo y de caminar hacia Cristo. Unidos a Él podremos sentarnos a la mesa del banquete que Dios Padre ha preparado para aquellos que como tú y yo le alabamos y hemos aceptado la invitación de vivir a la luz de la resurrección de su Hijo Jesús. La mesa está servida y “en su mesa hay amor, la esperanza del perdón y en el vino y pan su corazón” (kairoi).

Preguntas para tu reflexión: ¿Creo y recibo la vida nueva que me ofrece Jesús? o ¿Estoy atado al pecado que da muerte en mí a la felicidad, a la paz, al amor y al perdón? ¿Qué puedo hacer para manifestar con mi vida que creo en un Dios de vivos y no de muertos?

martes, 5 de noviembre de 2013



Halloween, una fiesta cristiana

Esqueletos, brujas, fantasmas, murciélagos; un ambiente tenebroso se apodera de la decoración de las vitrinas y ambientes comerciales de nuestra ciudad. Incluso algunas escuelas; para no parecer anticuadas, se suman al ambiente “de moda” invitando a sus alumnos a realizar actividades, que bajo el pretexto de parecer inocentes y carnavalescas celebran la noche de brujas, es decir Halloween, la fiesta de los disfraces de terror, la noche del dulce o truco. Pero ¿conocemos lo que se esconde detrás de esta celebración? ¿Sabemos el significado de la fiesta que en los últimos años se ha ido imponiendo en nuestra cultura y ocupando espacio en las fiestas de nuestro calendario?

La fiesta de Samhain

     El 31 de octubre era para la civilización celta la noche de la más importante y solemne de sus fiestas: Samhain, la celebración del fin de un año y del comienzo de uno nuevo. Durante la fiesta de Samhain, que quiere decir literalmente “fin del verano”, los celtas se preparaban para la dura estación invernal. Por eso guardaban provisiones necesarias para alimentarse, recogían los rebaños de vacas y ovejas y encendían el fuego, con el que no sólo lograban apaciguar el frío del invierno sino también iluminar la densa oscuridad de la noche.

Por otra parte, en esta noche los celtas daban inicio a la asamblea druídica anual que se extendía de tres a seis días. En esta reunión; que además era de carácter obligatorio para todos, los celtas recordaban sus victorias en la guerra, definían aspectos políticos y sociales, transmitían a los más pequeños sus mitos y leyendas y se daban a grandes banquetes en los que comían y bebían en abundancia. Desde el punto de vista religioso los celtas creían que durante la noche de Samhain se podía entrar en contacto con el más allá y a los muertos les era permitido retornar a la tierra para reunirse con los suyos, por esto preparaban comida para los muertos, abrían las puertas como símbolo de acogida y confeccionaban pequeñas lámparas echas con nabos iluminados al interno; que en la oscuridad servían de guía a los visitantes venidos del más allá.

De estos elementos proviene la tradición del dulce o truco, en el que los niños disfrazados de fantasmas representan a los difuntos que piden de comer amenazando con castigar a quienes se nieguen a recibirlos, y la práctica de la famosa calabaza iluminada que se ha convertido en el símbolo principal del Halloween moderno.

Durante esta antigua fiesta celta eran también celebrados sacrificios rituales que se ofrecían a los dioses pidiendo la fertilidad de la tierra, dones divinos o la purificación de los males. Según las fuentes históricas celtas y romanas, se acostumbraba sacrificar animales e incluso seres humanos. Otros elementos que servían al desarrollo de esta celebración eran la adivinación, la magia y el uso de amuletos que se usaban para someterse a la protección de los dioses. Como podemos constatar, la fiesta de Samhain era una celebración pagana en la que además de rendir culto a los muertos, los celtas adoraban numerosas deidades.

De Samhain a Halloween

La celebración de esta fiesta celta duró hasta la cristianización de Irlanda, cuando el Papa Gregorio IV instituyó la fiesta de las vísperas de todos los santos el mismo día en que se celebraba Samhain. El principal promotor de esta iniciativa fue el monje irlandés Alcuino di York, que conociendo bien la religiosidad de las islas británicas y la importancia que Samhain tenía para ellos, consideró oportuno cristianizar la fiesta pagana aprovechando y revalorizando los elementos con los que era celebrada; entre ellos el aspecto comunitario, la relación que sostenían entre vivos y muertos, la importancia que daban a la memoria de su gente y de su historia, así como también la esperanza en el más allá y el rechazo a las fuerzas del mal. Paolo Gusillano y Brid O’Neill, estudiosos de la cultura celta dicen al respecto que “Samhain era la fiesta de la esperanza, donde los hombres buscaban el no ser abandonados al poder de la noche, donde el mayor de sus deseos era el retorno del sol que vence la oscuridad”.

De este modo la fiesta de todos los santos; unida un siglo después a la de todos los difuntos, se impuso sobre la fiesta pagana de Samhain. Al culto de los muertos se sobrepuso la veneración de los santos, el miedo de la noche fue iluminado con la luz de la esperanza cristiana. Así los tres días de Samhain se convirtieron en tres días de celebración cristiana: víspera de todos los santos, día de los santos y el día de la conmemoración de todos los difuntos.

Descristianización de Halloween


Si Samhain era la fiesta más importante del año para los celtas, Halloween, que quiere decir en Ingles de Irlanda “víspera de todos los santos”, pasó a ser una de las principales solemnidades del año litúrgico de los pueblos descendientes de los celtas, que celebraban con mucho entusiasmo debido al recuerdo de la antigua vigilia de Samhain. Sin embargo, cuando Irlanda fue invadida por los Ingleses, sus tradiciones fueron arrasadas y la celebración del día de todos los santos prohibida. Esto trajo como consecuencia que el día de los santos pasara a ser una fiesta folclórica (no religiosa) nuevamente expuesta a supersticiones.

A finales del siglo XIX, debido a un espantoso genocidio llevado a cabo por la política Inglesa y a una terrible hambruna, muchos irlandeses emigraron a los Estados Unidos portando consigo; junto a su ardiente fe católica, sus usos, creencias y tradiciones; entre ellas la fiesta de todos los santos (Halloween). Fueron muchos los obstáculos que encontraron en tierras del norte de América. Los blancos americanos se confesaban protestantes y por esto no aceptaron de modo inmediato la fiesta religiosa traída por los irlandeses. 

Con el pasar del tiempo, Halloween viene aceptada en la sociedad americana completamente despojada de su sentido cristiano, y pasó a ser una celebración dedicada a la diversión de niños y jóvenes, en el que el terror, las brujas, los fantasmas eran los nuevos elementos que ellos añadían. A partir de 1910, Halloween adquirió características netamente comerciales (disfraces, máscaras, películas, etc.) y se transformó en una oportunidad más de hacer dinero enmarcada en la oscuridad, en la magia y en los demonios. Hoy en día el halloween americano es sobre todo una estrategia comercial que expone a quienes lo celebran al contacto directo  con elementos propios del paganismo.
 
Re-cristianizar Halloween

La fiesta cristiana de todos los santos (Halloween) ha sido descristianizada. Un Halloween moderno y sin sentido se impone sobre la fiesta de todos los santos. ¿Qué podemos hacer? Más que atacar Halloween, es necesario devolverle su verdadero sentido. Halloween es la fiesta de la víspera de todos los santos y por tanto, es una fiesta cristiana que debemos retomar con fuerza en la Iglesia. La fiesta cristiana de todos los santos celebra la victoria del bien sobre el mal, proclama el ejemplo de los santos como un camino que nos conduce de las tinieblas a la luz. El “halloween” americano que hoy se difunde por todas partes no es más que una burla al profundo sentido de una fiesta pagana que fue valientemente cristianizada que hoy necesita ser retomada y celebrada como la fiesta de la comunión con todos los santos en el reino de Dios.