En el Evangelio de Juan, específicamente en el capítulo 1, versículos del 4 al 11, el Apóstol hace referencia a una luz que resplandece en las tinieblas y que vino al mundo, pero el mundo no la recibió; sino que prefirió las tinieblas a la luz. Esta luz, es sin duda alguna Jesús, quien abiertamente se define como la luz del mundo. Ser cristiano; por tanto, es dejarse iluminar por la luz verdadera que alumbra a todo el que viene a este mundo; y poder así, vivir como hijos de la luz (Ef 5,8). Ser cristiano es oponerse de manera radical a las tinieblas; a las oscuridades en donde el mal se esconde y el espíritu se apaga.
Así lo afirmó el Papa Benedicto XVI, en la reflexión del relato evangélico del ciego de nacimiento, donde nos recordó a todos los creyentes que “también nosotros, a causa del pecado de Adán, hemos nacido ciegos, pero frente a la fuente bautismal hemos sido iluminados por la gracia de Cristo”. En el caminar del cristiano no hay oscuridades, Dios y su palabra hecha carne es la luz que guía nuestros pasos. Volver al pecado es retornar a las tinieblas, volver a Cristo es dejarse iluminar por su luz.
Judas, el traidor prefirió las tinieblas a la luz. Así lo describe el evangelista Juan, cuando nos informa que la hora de la traición fue de oscuridad; “y era de noche” (Jn 13,30). Judas se aleja de la luz que resplandece en la noche de la pasión, para ocultar su crimen y traición en la oscuridad del egoísmo, del pecado y del error. Judas es la representación perfecta de los hombres y mujeres que deciden libremente vivir a expensas del Reino de Dios. Son aquellos que a pesar de haber sido invitados al banquete, son echados fuera, a las tinieblas (Mt 22,13).
Vemos entonces como las tinieblas son el símbolo del fracaso definitivo del hombre. Fracaso que podemos evitar si dejamos que Cristo, el Señor, realice en nosotros la obra de salvación, que es “iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1,79) y reconocer que sólo en Cristo resplandece la novedad de la vida y la meta a la que hemos sido llamados; esto es, alcanzar la promesa de felicidad del Reino de los cielos aquí, en esta vida, para luego disfrutar a plenitud de las alegrías del cielo, donde no hay llanto, ni luto, ni dolor (Ap 21,21).
En esta Semana Santa dejemos que Cristo resplandezca en todas las áreas oscuras de nuestra vida, de nuestras relaciones personales y laborales, para que podamos; revigorizados por la acción del Espíritu Santo, experimentar la alegría de ser liberados de todo aquello que amenaza nuestra realización plena e intenta impedir la realización del plan de Dios en nuestro corazón.
Recordemos que la invitación de Jesús sigue siendo la misma; el plan de salvación descrito por el profeta Isaías en el capítulo 61 y llevado a cabo en El y por El, quiere realizarse en tu vida hoy. Por lo tanto pongamos fin a la noche en nuestra vida y optemos por las obras que agradan a Dios, para que siguiendo a Jesús no andemos mas en tinieblas; “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras son hechas según Dios” (Jn 3,20-22).
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