lunes, 10 de octubre de 2011

Felicidad Vs Llanto y desesperación

REFLEXION DEL EVANGELIO
DE LUCAS 12, 1-7

Has sido creado para alcanzar la felicidad que Dios mismo ha conseguido por ti y para ti. Felicidad que consiste en vivir como salvados, sin temores; conscientes de que lo más importante; lo verdaderamente valioso va mucho más allá de lo físico y material. Por esta razón, escuchamos a Jesús decir a sus discípulos: “cuídense de la hipocresía, cuídense de quienes pueden arrojarlos al lugar del castigo”.

En muchas oportunidades Jesús hace referencia a este lugar de castigo, en donde será el llanto y la desesperación; el rechinar de dientes. Ante esta previsión que Jesús nos hace no debemos limitarnos a pensar en el infierno como el lugar de fuego y castigo en donde Dios arroja a quienes le han dado la espalda, sino que desde una perspectiva integral de la fe y de la vida, debemos pensar más bien en la angustia que produce perder el sentido de la vida para el que hemos sido creados.

Hemos sido creados para el Reino de Dios y no para las tinieblas; para la luz y no para la oscuridad. Nuestros esfuerzos, sueños y anhelos deberían tender a la construcción de ese Reino de amor, perdón y paz en todo lo que hacemos, de este modo nos libraremos del llanto y la desesperación fruto de la pérdida del sentido de la vida que consiste en conocer y amar a Jesucristo, el Señor. Contrario al llanto y a la desesperación, Jesús nos promete dicha y felicidad por la que debemos luchar y trabajar uniendo la fe a la vida.

Jesús, al prevenirnos sobre el cuidado que debemos tener de aquellas situaciones, personas o circunstancias que quieren dar muerte al Reino de Dios en la vida y arrojarnos al lugar de castigo, nos invita de alguna manera a luchar por alcanzar la meta de la que habla San Pablo: la corona de la inmortalidad en el Reino de los Cielos, corona que vamos vislumbrado mientras centremos la mirada de Jesús y asumamos la vida como una peregrinación; en la que en medio de caídas y pecados, avancemos tomados de la mano de Dios, para el cual somos mucho más valiosos que todos los pájaros del campo.

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