En el cristianismo hay muchos discípulos precavidos, pero
también abundan los descuidados. Jesús les llama necios; y la necedad que el
Maestro reprueba tiene que ver más con la actitud de aquellos que, aun sabiendo
lo que más conviene hacer para garantizar la felicidad, dejan de hacerlo, arriesgándose
a perderlo todo: el aceite se acaba y la lámpara deja de arder.
A este grupo de
cristianos pertenecen quienes a pesar de haber sido bautizados en la Iglesia se
alejan de ella descuidando la propia vida de Fe. En consecuencia, la Fe se debilita
hasta apagarse. O también aquellos que a pesar de su asistencia dominical a la
Iglesia se vuelven tibios porque, aun escuchando las exigencias de Jesús, no se
preocupan de llevarla a la práctica.
La llamada de Jesús en esta parábola sigue siendo la de la
vigilancia activa. Muchos han sido los llamados a participar de la fiesta en el
Reino de Dios, pero no todos responderán a la invitación. La clave está en
mantener la lámpara llena de aceite, es decir, en vigilar para que la fe no se
apague y el amor se mantenga encendido. Se trata de cumplir el encargo que
Jesús nos dejó, venciendo la comodidad de un cristianismo de rutina, acomodado
en la pasividad y ausencia de compromiso.
No podemos seguir dejando para después lo que como cristianos debemos
y necesitamos hacer hoy. Entrar y hacer entrar a otros en la fiesta de bodas
del Cordero es la tarea que debe mantenernos vigilantes, atentos y despiertos.
No te quedes fuera de la fiesta de la vida que Dios ha preparado para ti. Vivir
en las dinámicas del Reino que Jesús ha anunciado convierte la vida en un
banquete, en una fiesta. No lo dejes para después, pon aceite en tu lámpara
mientras tengas la oportunidad: ama, dedica tiempo a los tuyos, abraza a tu
familia, haz una obra buena por tu prójimo, es decir, vuelve tu corazón a Dios
hoy; mañana puede ser demasiado tarde.
Pbro. José Francisco
Álvarez Évora
Director de la Pastoral de
Medios de Comunicación Social
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