El Jueves Santo es el compendio de todo lo que la Iglesia conmemora en la semana mayor. La entrega de Cristo, que no ha venido a ser servido sino a servir (Mt 20,28), su promesa de permanencia, el dolor de la traición, el pan compartido y la sangre derramada, vienen a ser para el cristiano la forma más patente de corresponder al llamado del Maestro. En la última cena, Jesús espera que sus amigos comprendan el don de la salvación y dejen que se realice en sus vidas.
El mandato; “hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22,19; 1 Cor 11, 23), viene a ser el sello final de un pacto que nos une a Cristo de manera tal, que en nuestra vida y por medio de nuestros pensamientos, palabras y acciones, todo a nuestro alrededor sea realizado en conmemoración del nuevo pacto, que nos invita también a entender que todo lo que Él ha llevado a cabo, lo ha hecho para que sigamos su ejemplo (Jn 13,15).
De esta manera, la vida del cristiano; deberá caracterizarse por ser una vida donde el amor llegue a ser el termómetro de nuestra pertenencia a Cristo. Desde el servicio hecho por amor, hasta la entrega de la propia vida, deben ser para el creyente la forma de conmemorar a Cristo en la cotidianidad de nuestros días.
Pretender limitar la celebración del jueves santo a la realización de ritos y protocolos de una cena de despedida, es, de algún modo, querer sustraer el profundo mensaje y la clara llamada que contiene la cena de pascua que el Maestro Jesús deseaba comer con sus discípulos (Lc 22,14). En ella ocurre algo diferente y fundamental para aquel que acepta el llamado de sentarse a la mesa con el Señor. Sentarse a la mesa con El, es aceptar ser su amigo y querer vivir eucaristizado; es decir, aceptar ser transformados en Aquel a quien comemos.
Vivir eucaristizado, es unirnos de una manera más plena al único sacrificio de Cristo, a su muerte y a su resurrección. Por esta razón, San Pablo escribe que "cuando comemos de ese pan y bebemos de ese cáliz, proclamamos la muerte del Señor hasta que vuelva" (1 Cor 11, 26). Y proclamar su muerte es morir con El para resucitar con El a una vida nueva, trasformada, eucaristizada. En este Jueves Santo, aprendamos la lección del amor y vivamos de forma tal que toda nuestra vida sea una permanente eucaristía.
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