miércoles, 27 de junio de 2012


Un cuento sobre la generosidad

Motivado por la segunda lectura que se proclamará en la liturgia de la palabra en el marco de la celebración eucarística del próximo domingo; tomada de la segunda carta de San Pablo a los Corintios (8, 7. 9. 13-15, donde se nos invita a dar con generosidad; dejando a un lado egoísmos e intereses particulares, quiero compartir con ustedes una historia que seguro será de gran ayuda a la hora de revisar la medida de nuestra generosidad cristiana:

“Érase una vez un rey que vivía bien su fe cristiana y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Pero debía cumplir dos requisitos: Amar a Dios y al prójimo. En una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, pues sabía que cumplía los requisitos, su amado nieto amaba a Dios y a todos en la aldea. Pero era tan pobre que no contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan largo viaje.

Su abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre mendigo, temblando por el frío, vestido de harapos, imploraba: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...” El joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos de aquel mendigo. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba.

Cruzando las puertas de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!” Sin pensarlo dos veces, el joven le dio su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de sus provisiones. Entonces, en forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin provisiones para su regreso. Un asistente del Rey lo llevó a un grande y lujoso salón donde estaba el rey. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y miro al Rey. Sorpréndido dijo: “¡Usted... usted! ¡Usted era aquel mendigo que estaba a la vera del camino!” En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: “¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!” El Rey sonriendo le dijo: “Sí, yo era ese mendigo, y mi criada y sus niños también estuvieron allí”.

El joven tartamudeó: “Pe... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?” El monarca contestó: “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón. Como mendigo, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! -sentenció el Rey- ¡Tú heredaras mi reino!”.

Tambien Jesús, como el Rey de esta historia declara en el Evangelio que de los pobres en el espíritu será el Reino de los cielos. Ojalá que este hermoso relato nos haga reflexionar sobre nuestra forma de relacionarnos con nuestros bienes materiales y la capacidad de ser auténticamente generosos. En este sentido, el Papa Benedicto XVI en la Cuaresma pasada; nos invitaba a “descubrir de nuevo la misericordia de Dios para que también nosotros lleguemos a ser más misericordiosos con nuestros hermanos”. De este modo, el Santo Padre nos llamó a vivir la generosidad; a la medida del amor de Cristo, que se dio generosamente por nosotros y espera que hagamos lo mismo con los demás.


Pbro. José Francisco Álvarez Évora

Párroco de Choroní

No hay comentarios:

Publicar un comentario