viernes, 12 de abril de 2013


Vive según la fe que profesas

Vivir la resurrección es vivir según la Fe en Jesucristo, en obediencia a la Fe que hemos recibido como un don de Dios; don que necesita ser enriquecido, fe que requiere ser profundizada por medio de la escucha asidua de la Palabra de Dios que es alimento espiritual para quienes hemos creído en Jesucristo. Alimento que recibimos en "los verdes pastos a los que el Buen Pastor nos lleva a descansar" (Cf. Salmo 23) imagen perfecta de los momentos; en los que sentados a los pies del Maestro, disponemos el alma y corazón a escuchar su Palabra; como María, la hermana de Marta y Lázaro, que a los pies de Jesús nos enseña cuál es la mejor parte (Cf. Lc 10,42)


Sin embargo esta escucha no se limita a la pasividad de una fe solitaria y estéril sino que abierta a la comunidad de los creyentes encuentra una singular riqueza en la fe de los hermanos; riqueza de la que habla el salmista cuando dice: "mirad que bueno y delicioso es habitar los hermanos juntos" (Salmo 133,1). De este modo la fe se enriquece por medio del amor al otro al que descubro como hermano y al que estoy llamado a donar la vida, pues "quien dice que ama a Dios a quien no ve (ámbito de la Fe) y no ama a su hermano a quien ve (ámbito de la caridad) es un mentiroso" (1Jn 4,20), muestra una Fe muerta (Cf. St 2,18).

El relato de la multiplicación de los panes que nos cuenta el evangelista San Juan en el capítulo 6, versículos 1 al 15 es un llamado a escuchar al que seguimos; Jesucristo, alimentarnos de su palabra que como dijo el Apóstol Pedro son palabras de vida eterna (Jn 6,68) y a donarnos. Escuchar y alimentarnos nos sitúa en el nivel de discípulos, es el maestro el que nos enseña y alimenta, es el nivel del que recibe para dar, porque nadie puede dar de lo que no tiene. Donarnos, en cambio, nos sitúa en el nivel de la acción, en el cual estamos llamados a dar de aquello que hemos recibido, pagando al Señor todo el bien que nos ha hecho (Cf Salmo 116,12).

De este modo nos convertimos en aquellos cinco panes y dos pescados con los que Jesús sacia una multitud. Dones que el Apóstol Felipe juzgó como insignificantes; muy poco para alimentar a aquella multitud de hombres, mujeres y niños que seguían a Jesús, pero que para Jesús lo eran todo; representaban lo suficiente, enseñándonos así que es Él quien completa la obra y recordándonos lo valioso que podemos ser a pesar de nuestra pequeñez y pobreza espiritual.


Fijémonos cómo en el relato de la multiplicación se nos muestra una hermosa imagen de la Eucaristía que celebramos, en la cual escuchamos la Palabra que nos hace discípulos a los pies del Maestro, en comunión con los hermanos que también creen y siguen a “Jesús el Buen Pastor” (Cf Jn 10,11). Nos alimentamos de la Palabra que nos prepara al banquete central en donde es el mismo Jesús quien se nos da como alimento: “Pan de vida eterna” (Jn 6,35), de modo que alimentados nos dispongamos a donarnos en la misión en la que compartimos aquello que hemos recibido, el don de la Fe enriquecida.


En el rito de la ordenación sacerdotal el obispo dice al Sacerdote: “considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor”, y son estas palabras la medida a la que debe ser configurada nuestra vida de sacerdotes. Pero también en el rito del bautismo el ministro que bautiza dice dirigiéndose al bautizando: “eres ya hombre nuevo y has sido revestido de Cristo. Que esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad de cristiano, y con la ayuda de la palabra y ejemplo de vuestros familiares logres mantenerla inmaculada hasta la vida eterna” y son estas palabras la medida a la que debe ser configurada tu vida de cristiano, de modo que puedas ser reflejo de la Fe que profesas y tu conducta ejemplo de vida cristiana.

P. José Francisco Álvarez Évora

12 de Abril de 2013

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