Vive
según la fe que profesas
Vivir
la resurrección es vivir según la Fe en Jesucristo, en obediencia a
la Fe que hemos recibido como un don de Dios; don que necesita ser
enriquecido, fe que requiere ser profundizada por medio de la escucha
asidua de la Palabra de Dios que es alimento espiritual para quienes
hemos creído en Jesucristo. Alimento que recibimos en "los
verdes pastos a los que el Buen Pastor nos lleva a descansar"
(Cf. Salmo 23) imagen perfecta de los momentos; en los que sentados a
los pies del Maestro, disponemos el alma y corazón a escuchar su
Palabra; como María, la hermana de Marta y Lázaro, que a los pies
de Jesús nos enseña cuál es la mejor parte (Cf. Lc 10,42)
Sin
embargo esta escucha no se limita a la pasividad de una fe solitaria
y estéril sino que abierta a la comunidad de los creyentes encuentra
una singular riqueza en la fe de los hermanos; riqueza de la que
habla el salmista cuando dice: "mirad que bueno y delicioso es
habitar los hermanos juntos" (Salmo 133,1). De este modo la fe
se enriquece por medio del amor al otro al que descubro como hermano
y al que estoy llamado a donar la vida, pues "quien dice que ama
a Dios a quien no ve (ámbito de la Fe) y no ama a su hermano a quien
ve (ámbito de la caridad) es un mentiroso" (1Jn 4,20), muestra
una Fe muerta (Cf. St 2,18).
El
relato de la multiplicación de los panes que nos cuenta el
evangelista San Juan en el capítulo 6, versículos 1 al 15 es un
llamado a escuchar al que seguimos; Jesucristo, alimentarnos de su
palabra que como dijo el Apóstol Pedro son palabras de vida eterna
(Jn 6,68) y a donarnos. Escuchar y alimentarnos nos sitúa en el
nivel de discípulos, es el maestro el que nos enseña y alimenta, es
el nivel del que recibe para dar, porque nadie puede dar de lo que no
tiene. Donarnos, en cambio, nos sitúa en el nivel de la acción, en
el cual estamos llamados a dar de aquello que hemos recibido, pagando
al Señor todo el bien que nos ha hecho (Cf Salmo 116,12).
De
este modo nos convertimos en aquellos cinco panes y dos pescados con
los que Jesús sacia una multitud. Dones que el Apóstol Felipe juzgó
como insignificantes; muy poco para alimentar a aquella multitud de
hombres, mujeres y niños que seguían a Jesús, pero que para Jesús
lo eran todo; representaban lo suficiente, enseñándonos así que es
Él quien completa la obra y recordándonos lo valioso que podemos
ser a pesar de nuestra pequeñez y pobreza espiritual.
Fijémonos
cómo en el relato de la multiplicación se nos muestra una hermosa
imagen de la Eucaristía que celebramos, en la cual escuchamos la
Palabra que nos hace discípulos a los pies del Maestro, en comunión
con los hermanos que también creen y siguen a “Jesús el Buen
Pastor” (Cf Jn 10,11). Nos alimentamos de la Palabra que nos
prepara al banquete central en donde es el mismo Jesús quien se nos
da como alimento: “Pan de vida eterna” (Jn 6,35), de modo que
alimentados nos dispongamos a donarnos en la misión en la que
compartimos aquello que hemos recibido, el don de la Fe enriquecida.
En
el rito de la ordenación sacerdotal el obispo dice al Sacerdote:
“considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu
vida con el misterio de la Cruz del Señor”, y son estas palabras
la medida a la que debe ser configurada nuestra vida de sacerdotes.
Pero también en el rito del bautismo el ministro que bautiza dice
dirigiéndose al bautizando: “eres ya hombre nuevo y has sido
revestido de Cristo. Que esta vestidura blanca sea signo de tu
dignidad de cristiano, y con la ayuda de la palabra y ejemplo de
vuestros familiares logres mantenerla inmaculada hasta la vida
eterna” y son estas palabras la medida a la que debe ser
configurada tu vida de cristiano, de modo que puedas ser reflejo de
la Fe que profesas y tu conducta ejemplo de vida cristiana.
P.
José Francisco Álvarez Évora
12
de Abril de 2013
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