Transitar con una Fuerza Espiritual más Fuerte que la Muerte
Los evangelistas Marcos, Lucas, y Mateo, relatan la Transfiguración como una experiencia de transformación personal y comunitaria.
En esta experiencia hay cuatro aspectos que tienen gran implicación para la oración personal y para la vivencia comunitaria de la fe. Estos aspectos son: apartarse para estar con Jesús (subir), abrirse a la gloria de Dios, escuchar a Dios y volver (bajar) a la cotidianidad de la vida.
Apartarse para estar con Jesús.
A Pedro, a Santiago y a Juan los ha convocado el Señor para subir al monte para estar a solas con Él. Dejarse convocar por Jesús es permitirle que entre a nuestra casa, es decir, que entre a mi vida como en propia casa, como dice el Apocalipsis (3,20): Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. El camino por el que nos conduce el Señor puede ser de subida (ascenso) o de bajada (descenso), ya que la ruta de Dios es cruz y luz a la vez. Sólo así se fragua la rectitud de las intenciones, la transparencia del afecto o querer y la autenticidad de la actuación.
Abrirse a la gloria de Dios.
En la montaña, según este Evangelio (Mc. 9, 2-10), Jesús irradia una luz intensa, una luminosidad que con su esplendor hace que los discípulos vean a Jesús conversando con Moisés y Elías. Junto a Jesús, que es total bondad, aparecen Moisés (la Tradición) y Elías (la Libertad). Esta visión rebasa el imaginario que los discípulos puedan tener de Jesús. Y es que la Gloria de Dios se manifiesta como comunión, que es el horizonte definitivo al que convoca el Señor.
Escuchar a Dios.
A los discípulos los cubrió una sombra de nube que les hizo oír: Este es mi Hijo amado, escúchenlo. Pero ya no vieron a nadie más, sino a Jesús que estaba solo con ellos. Y es que Dios no se deja atrapar. Cuando Dios habla, solamente podemos ver a Jesús que es su Palabra viva. Si lo escuchamos, aprenderemos de Él la forma y modo habitual de encontrarnos con las personas, con el mundo y con el mismo Dios. Jesús será para siempre el reflejo de la presencia vivificadora de Dios en nuestra existencia.
Volver de la montaña de Dios a la cotidianidad de la vida.
Al bajar de la montaña, Jesús pidió a sus amigos contar lo vivido cuando Él volviera de la muerte. Y es que el encuentro con Dios no es para huir o apartarnos de la vida, sino para bajar y sumergirnos más y mejor en ella. Bajar de la montaña de Dios, es ponernos en situación de apuesta, de búsqueda y de esperanza.
Que la experiencia de la Transfiguración del Señor nos ayude a ponernos en las manos de Dios, a encontrarnos cara a cara con Jesús y a escuchar su Palabra, para que transitemos del miedo a la calma, de la soledad a la compañía, del dominio a la libertad, del desasosiego a la confianza. Porque la Transfiguración del Señor trae consigo una fuerza humana y espiritual que es más fuerte que la muerte.
Centro de Espiritualidad.
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