martes, 14 de junio de 2016

Cinco condiciones para una comunicación auténticamente humana.

Cinco condiciones para una comunicación auténticamente humana.

Según la visión personalista de Enmanuel Mounier

Enmanuel Mounier
En contra de una sociedad individualista que se mueve siguiendo los parámetros del egoísmo calculador y con el fin de dar respuesta a doctrinas que reducen el hombre a los límites de su propia individualidad cerrando las fronteras de su ser a los otros en un intento de autoprotección, el filósofo personalista Emmanuel Mounier presenta el personalismo como la vía por la que encontrando al “otro”, el hombre se encuentra consigo mismo en la experiencia fundamental: la comunicación.
Heidegger y Sartre consideraron que la comunicación quedaba bloqueada, suprimida por la necesidad misma del hombre de poseer y someter al otro. Según su doctrina, la fraternidad humana no tenía razón de ser desde el momento en que el otro era considerado un obstáculo y el amor un infierno. 
El individualismo que nace de este bloqueo al otro, del cerrarse a la posibilidad de encuentro en nombre de la autodefensa personal ofusca la comunicación: la separación, la cultura de máscaras, la oportunidad de aprovecharse instrumentalmente del otro crea un sistema de costumbres, de sentimientos, de ideas y de instituciones que organizan el individuo sobre la base de actitudes como el aislamiento y la autodefensa, generando un modelo de hombre negado a la relación y cerrado en sí mismo.
Es exactamente esto lo que Mounier llama la antítesis del personalismo. Para él, la persona puede desarrollarse integralmente si es capaz de purificarse de esta tendencia egocéntrica y logra unir integralmente persona e individuo, dando consistencia así a la forma humana. Para ello será necesario descentrarse de sí mismo y colocarse en una prospectiva de apertura a los otros, que en la comunicación favorecen al desarrollo humano desde una óptica caracterizada por la universalidad y la interdependencia.
Desde su corporeidad, el hombre individuo-persona se sitúa en el mundo siempre en referencia a los otros, que no limitan su existencia sino más bien la completan. Es la experiencia del tú y del nosotros lo que da sentido al ser en el mundo. Desde esta perspectiva, el cuerpo no representa más un límite sino una oportunidad, un vehículo por medio del cual la persona encuentra un espacio compartido en el que la existencia se traduce en inclusión en la medida en que existo por los otros y para los otros. El punto de encuentro interexistencial no puede ser otro que la comunicación.
La comunicación, en esta sociedad de la interdependencia, se ubica a la base de las estructuras, las costumbres y los sentimientos que dan forma a lo que Mounier llama una civilización personalista y comunitaria. Para lograrlo, Mounier enumera cinco actos originales o condiciones que dan consistencia y hacen real una sociedad que descubre en la comunicación una condición fundamental para el desarrollo integral del ser humano.
Como primera condición, el filósofo destaca la salida de sí mismos. Que consiste en vencer el amor propio que se traduce en negocio trismo, narcisismo e individualismo. Como consecuencia de este primer paso el hombre es capaz de comprender dejando de ponerse al centro y dando cabida al punto de vista de los demás: abrazando la singularidad del otro en la propia singularidad en una especie de fusión con el otro. Una comunicación que renuncia al centro para ponerse al lado del otro favorece la empatía, que es la capacidad de ponerse en el lugar y asumir los sentimientos del otro para entenderle mejor y mejorar así la relación sintiendo el mal del otro en el propio pecho.
Esta capacidad fortalece a su vez la generosidad y la gratuidad que constituyen a la persona desde la visión del ofrecerse como un don para los otros. Y por último, Mounier resalta la fidelidad. El modelo comunicativo que brota de la definición personalista de la sociedad de Mounier, reconoce en el otro a un sujeto, y al amor una nueva forma de ser y la más clara certeza del hombre, el cogito existencial irrefutable; instrumentalizarlo sería convertirlo en un objeto a nuestro servicio.
Este tipo de comunicación requiere del hombre un singular empeño y esfuerzo, ya que según Mounier la comunicación por el simple hecho de ser humana, está constantemente expuesta a los límites propios del hombre. Entre ellos, el filósofo advierte el riesgo de los malos entendidos fruto de la no coincidencia perfecta en el acto comunicativo: existe siempre algo que escapa a los esfuerzos voluntarios de comunicación.
En la misma óptica, Mounier hace referencia a lo que él mismo define como una mala voluntad congénita que se opone y obstaculiza la reciprocidad. Reciprocidad que no debe limitarse a las pequeñas alianzas que esta constituye, de ser así corremos el riesgo de levantar nuevos muros a la comunicación efectiva, exponiendo al ser humano a la desolación.
Pero no basta decirlo, para Mounier es necesario e imprescindible hacerlo, es decir lograr un cambio en la manera de concebir y entender a la persona y a las estructuras. Es esta la única vía posible que permitirá sobreponernos al individualismo y evitar así seguir sufriendo sus consecuencias.

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