lunes, 19 de septiembre de 2016

¡No contaban con mi astucia!


Todos hemos escuchado alguna vez la simpática expresión que Roberto Gómez Bolaños asignó a uno de los personajes que lo inmortalizó y lo hizo pasar a la historia de las series cómicas de la televisión mexicana: El chapulín colorado que, junto al chavo del ocho, chespirito y el doctor Chapatín; nos dejó frases que hoy en día son reconocibles en toda américa latina.

“Fue sin querer queriendo”, “es que no me tienen paciencia”, “pero no te enojes”, y la recordada frase con la que el Chapulín Colorado celebraba las victorias que conseguía como fruto de la casualidad o de un error inesperado: “No contaban con mi astucia”, fueron algunas de las expresiones que nos hicieron reír a carcajadas, y dieron a Gomez Bolaños el título del pequeño Shakespeare de la televisión.

Mas allá de ser astuto o no, el Chapulín Colorado demostraba que la astucia es el arte de los que son capaces de conducir las situaciones adversas en beneficio propio. Según el diccionario de la real academia española, la astucia es la cualidad del astuto, es decir, de la persona hábil para engañar o para evitar el engaño o para lograr artificiosamente cualquier fin.

En el evangelio de Lucas (16, 1-8) se narra que en cierta ocasión, Jesús contó una parábola en la que ponía como ejemplo un administrador deshonesto que, en un momento dado de su carrera, se vio involucrado en una situación comprometedora de la que pudo salvarse gracias a su astucia.

Sucedió que el jefe de este administrador descubrió que las cuentas no cuadraban. El encargado de la administración había malgastado los bienes de la hacienda. Por esta razón, el jefe decidió poner fin a los actos deshonestos de su empleado y determinó que era inevitable despedirlo de su puesto.

El administrador viéndose en semejante aprieto, consciente de las escasas probabilidades que tenía para defenderse y del amargo futuro que le esperaba pensó en hacer algo a su favor. Reunió a quienes tenían deudas con su jefe y les condonó parte de la deuda. A quien debía veinte barriles de aceite', le rebajó la deuda a diez'. Lo mismo hizo con el que debía cuatrocientos quintales de trigo’ disminuyendo la deuda a trescientos’.

La intención de aquel hombre era ganarse la estima de aquellos hombres de modo que cuando se encontrase en dificultad pudiera tener a alguien a quien pedir ayuda. Dice la parábola que el jefe de aquel hombre deshonesto no tuvo más remedio que alabar el modo como este había actuado ya que había reaccionado con astucia y habilidad. Aquel jefe no había contado con la astucia de su administrador.

Jesús concluye que del mismo modo en que aquel hombre pudo asegurarse quien lo ayudase en la dificultad que se avecinaba, sus discípulos debían comportarse de manera semejante cuando se trata de vivir según los valores del reino de los cielos. Jesús de ninguna manera pone como ejemplo la deshonestidad del administrador corrupto, sino más bien la astucia demostrada para lograr el fin que se había propuesto: “¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me despidan haya quienes me reciban en su casa!”

La astucia de los hijos de este mundo para cometer injusticias, robos y atropellos, se convierte en un ejemplo para los hijos de la luz. Es decir, en los asuntos de este mundo, los discípulos de Jesús deben ser astutos para hacer que todo cuanto hacemos y tenemos sirva a la construcción del reino de Dios en la historia de la humanidad. De ahí que la relación con las realidades y bienes de este mundo esté siempre en sintonía con las realidades y bienes celestes: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3, 1-5. 9-11).

Pudiéramos decir con el Catecismo de la Iglesia Católica (n.1806) que la astucia tiene una estrecha relación con la virtud de la prudencia, una de las cuatro virtudes cardinales que consiste en discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y elegir los medios rectos para realizarlo. En este sentido el libro de los Proverbios dice que “el hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15), o como escribe santo Tomás en la suma teológica (2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a Aristóteles: “la prudencia es la “regla recta de la acción”.

Cuando el cristiano decide y ordena su conducta según el juicio de conciencia actúa prudentemente y gracias a esta virtud consigue aplicar sin error los principios morales a los casos particulares y superar las dudas sobre el bien que se debe hacer y el mal que se debe por todos los medios evitar.

El cristiano es astuto cuando sabe discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello. Haciendo así, no caemos presa de situaciones que ponen en riesgo nuestros principios; y desde el punto de vista cristiano, nuestra fidelidad a la voluntad de Dios.

Por esta razón, Jesús concluye su enseñanza invitando a sus discípulos a administrar correctamente los bienes que nos han sido confiados: “El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho”. Por otra parte insiste en el uso adecuado del dinero: “Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?... Nadie puede servir a dos señores, porque odiará uno y amará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas.”

Jesús no condena las riquezas en sí, su invitación es a evitar caer en la sutil trampa del dinero que tiene el poder de convertirnos en sus servidores, cuando deberíamos ser administradores, es decir, las riquezas no son un fin en si mismas, sino siempre un medio. La caridad es el medio que Jesús exige a sus discípulos en la difícil relación con las riquezas: “en la relación con el dinero el respeto de la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad, siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor, que <siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza> (2 Co 8, 9)” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2407).

Renunciar a las riquezas exige una férrea voluntad en contra de la esclavitud a la que nos someten cuando dejan de ser bienes y pasan a ser tesoros. El verdadero tesoro para el cristiano no son las muchas riquezas o los innumerables bienes que pueda acumular en la tierra. Es única la riqueza del cristiano, y consiste en acumular tesoros en el reino de los cielos (Mt. 6,19-21) por medio de las obras de caridad, donde no sólo se comparten bienes materiales sino sobretodo los bienes intangibles que se actualizan en las obras de misericordia espirituales: “instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia las personas molestas” (Catecismo de la Iglesia Católica n.2447). De este modo, nos ganamos amigos que nos recibirán en el reino de los cielos.

Además, como bien escribió San Juan Crisóstomo hablando sobre la justa caridad hacia los pobres: “no hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles la vida; [...] lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (In Lazarum, concio 2, 6). A la puerta del cielo no nos espera San Pedro con un grande manojo de llaves; a la puerta del reino de los cielos están “los pobres, los abandonados, los enfermos, los marginados, ellos son la carne de Cristo” (Homilía del Papa Francisco del VII Domingo de Pascua 12 de mayo de 2013), y ellos serán los encargados de juzgarnos en el amor.

Desde este punto de vista es como podemos entender la astucia del administrador deshonesto que Jesús nos presenta como modelo de conducta a la hora de relacionarnos con los bienes de este mundo, de modo que aprendamos a ser fieles a lo que verdaderamente importa: nuestra salvación; el tesoro donde deberían estar anclados todos los deseos de nuestro corazón. Teniendo presente la meta que nos aguarda es como podremos hacer crecer nuestra capacidad de discernimiento, siendo prudentes y astutos para no caer en las trampas del “león rugiente que ronda buscando a quien devorar” (1P. 5,8). Una estrategia para mantenernos firmes en la fe y decir como el Chapulín Colorado: el diablo, ¡no contaba con mi astucia!


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