Todos hemos
escuchado alguna vez la simpática expresión que Roberto Gómez Bolaños asignó a
uno de los personajes que lo inmortalizó y lo hizo pasar a la historia de las
series cómicas de la televisión mexicana: El chapulín colorado que, junto al
chavo del ocho, chespirito y el doctor Chapatín; nos dejó frases que hoy en día
son reconocibles en toda américa latina.
“Fue sin querer
queriendo”, “es que no me tienen paciencia”, “pero no te enojes”, y la
recordada frase con la que el Chapulín Colorado celebraba las victorias que
conseguía como fruto de la casualidad o de un error inesperado: “No contaban
con mi astucia”, fueron algunas de las expresiones que nos hicieron reír a
carcajadas, y dieron a Gomez Bolaños el título del pequeño Shakespeare de la
televisión.
Mas allá de ser
astuto o no, el Chapulín Colorado demostraba que la astucia es el arte de los
que son capaces de conducir las situaciones adversas en beneficio propio. Según
el diccionario de la real academia española, la astucia es la cualidad del
astuto, es decir, de la persona hábil para engañar o para evitar el engaño o
para lograr artificiosamente cualquier fin.
En el evangelio de
Lucas (16, 1-8) se narra que en cierta ocasión, Jesús contó una parábola en la
que ponía como ejemplo un administrador deshonesto que, en un momento dado de
su carrera, se vio involucrado en una situación comprometedora de la que pudo
salvarse gracias a su astucia.
Sucedió que el jefe de este administrador descubrió que las cuentas no cuadraban. El encargado de la administración había malgastado los bienes de la hacienda. Por esta razón, el jefe decidió poner fin a los actos deshonestos de su empleado y determinó que era inevitable despedirlo de su puesto.
Sucedió que el jefe de este administrador descubrió que las cuentas no cuadraban. El encargado de la administración había malgastado los bienes de la hacienda. Por esta razón, el jefe decidió poner fin a los actos deshonestos de su empleado y determinó que era inevitable despedirlo de su puesto.
El administrador
viéndose en semejante aprieto, consciente de las escasas probabilidades que
tenía para defenderse y del amargo futuro que le esperaba pensó en hacer algo a
su favor. Reunió a quienes tenían deudas con su jefe y les condonó parte de la
deuda. A quien debía veinte barriles de aceite', le rebajó la deuda a diez'. Lo
mismo hizo con el que debía cuatrocientos quintales de trigo’ disminuyendo la
deuda a trescientos’.
La intención de aquel hombre era ganarse la estima de
aquellos hombres de modo que cuando se encontrase en dificultad pudiera tener a
alguien a quien pedir ayuda. Dice la parábola que el jefe de aquel hombre
deshonesto no tuvo más remedio que alabar el modo como este había actuado ya
que había reaccionado con astucia y habilidad. Aquel jefe no había contado con
la astucia de su administrador.
Jesús concluye que
del mismo modo en que aquel hombre pudo asegurarse quien lo ayudase en la
dificultad que se avecinaba, sus discípulos debían comportarse de manera
semejante cuando se trata de vivir según los valores del reino de los cielos.
Jesús de ninguna manera pone como ejemplo la deshonestidad del administrador
corrupto, sino más bien la astucia demostrada para lograr el fin que se había
propuesto: “¡Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me despidan haya quienes
me reciban en su casa!”
La astucia de los
hijos de este mundo para cometer injusticias, robos y atropellos, se convierte
en un ejemplo para los hijos de la luz. Es decir, en los asuntos de este mundo,
los discípulos de Jesús deben ser astutos para hacer que todo cuanto hacemos y
tenemos sirva a la construcción del reino de Dios en la historia de la
humanidad. De ahí que la relación con las realidades y bienes de este mundo
esté siempre en sintonía con las realidades y bienes celestes: “Ya que ustedes
han resucitado con Cristo, busquen los bienes de allá arriba, donde está
Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspiren a los bienes de arriba, no a los
de la tierra” (Col 3, 1-5. 9-11).
Pudiéramos decir con
el Catecismo de la Iglesia Católica (n.1806) que la astucia tiene una estrecha
relación con la virtud de la prudencia, una de las cuatro virtudes cardinales que
consiste en discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y elegir los
medios rectos para realizarlo. En este sentido el libro de los Proverbios dice
que “el hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15), o como escribe santo Tomás en
la suma teológica (2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a Aristóteles: “la
prudencia es la “regla recta de la acción”.
Cuando el cristiano
decide y ordena su conducta según el juicio de conciencia actúa prudentemente y
gracias a esta virtud consigue aplicar sin error los principios morales a los
casos particulares y superar las dudas sobre el bien que se debe hacer y el mal
que se debe por todos los medios evitar.
El cristiano es astuto cuando sabe discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello. Haciendo así, no caemos presa de situaciones que ponen en riesgo nuestros principios; y desde el punto de vista cristiano, nuestra fidelidad a la voluntad de Dios.
El cristiano es astuto cuando sabe discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello. Haciendo así, no caemos presa de situaciones que ponen en riesgo nuestros principios; y desde el punto de vista cristiano, nuestra fidelidad a la voluntad de Dios.
Por esta razón, Jesús
concluye su enseñanza invitando a sus discípulos a administrar correctamente
los bienes que nos han sido confiados: “El que es fiel en lo poco, también es
fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en
lo mucho”. Por otra parte insiste en el uso adecuado del dinero: “Si ustedes no
son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?...
Nadie puede servir a dos señores, porque odiará uno y amará al otro. No se
puede servir a Dios y a las riquezas.”
Jesús no condena
las riquezas en sí, su invitación es a evitar caer en la sutil trampa del
dinero que tiene el poder de convertirnos en sus servidores, cuando deberíamos
ser administradores, es decir, las riquezas no son un fin en si mismas, sino
siempre un medio. La caridad es el medio que Jesús exige a sus discípulos en la
difícil relación con las riquezas: “en la relación con el dinero el respeto de
la dignidad humana exige la práctica de la virtud de la templanza, para moderar
el apego a los bienes de este mundo; de la justicia, para preservar los
derechos del prójimo y darle lo que le es debido; y de la solidaridad,
siguiendo la regla de oro y según la generosidad del Señor, que <siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais
con su pobreza> (2 Co 8, 9)”
(Catecismo de la Iglesia Católica n. 2407).
Renunciar a las
riquezas exige una férrea voluntad en contra de la esclavitud a la que nos
someten cuando dejan de ser bienes y pasan a ser tesoros. El verdadero tesoro
para el cristiano no son las muchas riquezas o los innumerables bienes que
pueda acumular en la tierra. Es única la riqueza del cristiano, y consiste en
acumular tesoros en el reino de los cielos (Mt. 6,19-21) por medio de las obras
de caridad, donde no sólo se comparten bienes materiales sino sobretodo los
bienes intangibles que se actualizan en las obras de misericordia espirituales:
“instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de
misericordia, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia las personas
molestas” (Catecismo de la Iglesia Católica n.2447). De este modo, nos ganamos
amigos que nos recibirán en el reino de los cielos.
Además, como bien
escribió San Juan Crisóstomo hablando sobre la justa caridad hacia los pobres:
“no hacer participar a los pobres de los propios bienes es robarles y quitarles
la vida; [...] lo que poseemos no son bienes nuestros, sino los suyos” (In
Lazarum, concio 2, 6). A la puerta del cielo no nos espera San Pedro con un
grande manojo de llaves; a la puerta del reino de los cielos están “los pobres,
los abandonados, los enfermos, los marginados, ellos son la carne de Cristo” (Homilía
del Papa Francisco del VII Domingo de Pascua 12 de mayo de 2013), y ellos serán
los encargados de juzgarnos en el amor.
Desde este punto de
vista es como podemos entender la astucia del administrador deshonesto que
Jesús nos presenta como modelo de conducta a la hora de relacionarnos con los
bienes de este mundo, de modo que aprendamos a ser fieles a lo que verdaderamente
importa: nuestra salvación; el tesoro donde deberían estar anclados todos los
deseos de nuestro corazón. Teniendo presente la meta que nos aguarda es como
podremos hacer crecer nuestra capacidad de discernimiento, siendo prudentes y
astutos para no caer en las trampas del “león rugiente que ronda buscando a
quien devorar” (1P. 5,8). Una estrategia para mantenernos firmes en la fe y
decir como el Chapulín Colorado: el diablo, ¡no contaba con mi astucia!
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