¿Vivo o muerto? ¡Tú decides!
Reflexión del Evangelio de Lucas 20,27-38
“Los
vivos, los vivos son quienes te alaban, como yo ahora”. Así lo declara el
profeta Isaías (38,19) en el cántico que la Iglesia titula: “angustias de un moribundo y alegría de la
curación”. Si nos detenemos a contemplar el título de este texto inspirado,
podremos notar que en él se ilustra un paso fundamental en la vida de todo
creyente: el paso de la angustia a la alegría; de la muerte a la vida. Es por
eso que el profeta es capaz de alabar a Dios, por el simple hecho de estar
vivo; de haber pasado de la angustia de la enfermedad a la alegría de la salud.
En cambio los muertos no pueden alabar, están muertos, sólo los vivos pueden
seguir alabando, bendiciendo y reconociendo al Dios que vive para siempre y se
hace presente en la historia porque desea que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad: Cristo su Hijo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6).
Podemos
decir entonces que en el plano de la Fe obediente a Dios no hay muerte sino “vida
y vida en abundancia” (Jn 10,10). En cambio en el plano de una vida sin Dios el
pecado es quien toma las riendas y paga con la muerte: “La causa de la muerte
es el pecado”. Así nos dice San Pablo en la carta a los Romanos (6,23) y esta
afirmación del apóstol debe convertirse para todos en un llamado a vida nueva
en la resurrección de Cristo, es decir a vivir en la gracia que nos otorga la
salvación de Jesús y a rechazar la fuerza del pecado que como una enfermedad nos
imposibilita para la vida de alabanza y nos pone de espaldas a Dios y a su obra
de sanación. Al aceptar la salud (salvación) que nos ha venido a traer Cristo
Jesús; el médico de las almas, permitimos que en nosotros comience un proceso
de conversión en el que somos sanados de las heridas que en el alma han dejado
el mal y el pecado. Así arrancados del poder de la muerte somos conducidos al
don de la alegría que nos permite permanecer (vivir) en Dios, alabarlo por sus
obras y gozarnos en sus milagros. "Permanezcan en mi amor; nos dice Jesús,
para que mi alegría esté dentro de ustedes y su alegría sea verdadera" (Jn
14,9). Es esta la condición para alcanzar alegría verdadera, Permanecer en él,
es entrar en sintonía con el Dios de vivos y no de muertos, es vivir adheridos
a él en la Fe, la Obediencia y el Amor, de modo que podamos dar frutos en todo
tiempo, así como dan frutos en abundancia las ramas que permanecen unidas al
árbol (Jn 15,5).
Es este
el programa de vida al que Jesús nos invita cuando en el Evangelio de hoy nos llama
a creer que “Dios es un Dios de vivos y no de muertos”. Su llamada es una clara
invitación a resucitar con Él, a cortar con los lazos de la muerte que
constantemente nos atan al pecado y a sus consecuencias. Es este el único modo
posible que Dios nos ofrece para obrar en nuestra vida; en nuestra historia, en
la cotidianidad de cada día, y se trata simplemente de dejar que sea Él quien; como
dice San Pablo en la segunda carta escrita a los Tesalonicenses, “dirija
nuestros corazones para que amemos a Dios y tengamos así constancia en Cristo”
(3,5). Es un camino al alcance de todos. Depende de ti ponerlo en práctica,
asumirlo para tu vida. El beneficio será para todos, de bendición para cuantos
viven contigo o trabajan a tu lado y de salvación y provecho espiritual para ti.
¿Qué esperas hermano y hermana? Es hora de abandonar los sepulcros de muerte en
los que el pecado te quiere tener cautivo y de caminar hacia Cristo. Unidos a
Él podremos sentarnos a la mesa del banquete que Dios Padre ha preparado para
aquellos que como tú y yo le alabamos y hemos aceptado la invitación de vivir a
la luz de la resurrección de su Hijo Jesús. La mesa está servida y “en su mesa
hay amor, la esperanza del perdón y en el vino y pan su corazón” (kairoi).
Preguntas
para tu reflexión: ¿Creo y recibo la vida nueva que me ofrece Jesús? o
¿Estoy atado al pecado que da muerte en mí a la felicidad, a la paz, al amor y
al perdón? ¿Qué puedo hacer para manifestar con mi vida que creo en un Dios de
vivos y no de muertos?
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