Siempre ha sido muy interesante conversar con mi papá sobre política. Él es un tipo lúcido, muy inteligente, con muy buen humor además, que siempre en las reuniones familiares le pone la alegría y las bromas a las conversaciones. Uno de mis tíos tiene siempre el pesimismo alborotado, no le gusta nada, siempre cree que las cosas van de mal en peor, y que en unos años todos vamos a estar por debajo de cómo estamos ahora en todo sentido. Siempre discuten, pero tranquilamente, siempre exponen sus puntos de vista y cada uno va argumentando los domingos por la tarde y se les pasan las horas comentando todos los sucesos de la vida nacional. Mi padre siempre ha sido muy prudente con las palabras, es algo que admiro profundamente de él. Sabe qué cosas decir y cómo decirlas, y sabe qué cosas callar y por qué hacerlo.
En una de esas conversaciones hablaban todos y mi papá dijo algo que a mi tío no le gustó mucho, y especialmente no le gustó porque decía mi tío que hace 10 años mi papá pensaba completamente lo contrario. Entonces mi papá le dijo: “bueno, ¿qué tal que uno no pudiera cambiar de opinión? Aún estaría pensando como cuando tenía 15 años, y no, eso no.” Me pareció genial, me pareció una respuesta brillante que muestra no sólo lo que logran los años en la vida de las personas, que les dan perspectiva, y carácter y horizontes de pensamiento, y por eso es tan importante que muchos de ustedes pierdan el afán de tomar ciertas decisiones definitivas tan pronto, porque cuando vengan los años y la vida les de algunas vueltas alrededor del sol, van a tener otros elementos para juzgar y tomar decisiones, elementos que ahora ni siquiera conocen. Pero además, la respuesta me gustó porque me recordó a uno de mis profesores de filosofía, que nos decía: “algo que no se le puede negar a nadie, es el derecho a cambiar de opinión”. Y es grandioso entender, aceptar y lograr vivir eso en nuestra vida.


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