En la Biblia la montaña hace referencia al lugar predilecto por Dios para encontrarse con el creyente. La montaña aparece como la imagen del santuario donde es posible encontrarse con la majestuosidad de Dios. A Moisés, por ejemplo, Dios lo llama mientras pastoreaba su rebaño en el monte Horeb, y además, en ese lugar santo” Dios le da a conocer su nombre: "Yo soy" (Ex. 3,1). Y no sólo eso, es también en este monte donde Yahvé entrega a Moisés las tablas de la Ley, estableciendo un pacto de Alianza con el pueblo que acababa de liberar de la esclavitud (Ex. 31, 18).
En la vida de Jesús vemos como en repetidas ocasiones sube al monte para estar a solas con Dios su padre y orar: "Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar” (Mt. 14, 23) o para dirigirse a la gente: "al ver toda aquella muchedumbre, subió al monte. Se sentó y sus discípulos se reunieron a su alrededor.” En el relato que la Iglesia nos propone en este segundo domingo de la Cuaresma vemos que Jesús sube con tres de sus discípulos a lo alto de un monte y allí se transfigura delante de ellos: "su aspecto cambió completamente: su cara brillaba como el sol y su ropa se volvió blanca como la luz” (Mt. 17, 1).
Es el relato de la transfiguración. Una clara llamada que Jesús nos hace a subir con él para orar, oír la voz de Dios y ser transfigurados. Tres acciones que debemos hacer en nuestra vida para participar con Jesús de su gloria. Veamos lo que implica cada una de ellas.
En primer lugar debemos subir. Esto implica ponerse en marcha dejando a un lado la comodidad, lo que es fácil, aquello que implica estar quietos. Jesús nos llama a participar del esfuerzo que implica subir una montaña. Hoy en día cuando se nos hace tan difícil encontrar momentos para la oración es necesario hacer un esfuerzo y subir, elevar los ojos a la cima y emprender el camino. Subir también implica despojarse de lo que pesa, de aquello que hace más difícil la subida. Esto quiere decir dejar el pecado, quitarse de encima el peso de lo innecesario, de lo superfluo. Al reflexionar sobre esto me viene a la mente la simpática historia del globo que no podía elevarse a lo alto del cielo por encontrarse atado a un árbol. Sólo cuando alguien vino y cortó las amarras, el globo pudo elevarse y perderse en el horizonte. Así también nosotros, nos sucede con mucha frecuencia que a pesar de poseer lo necesario para volar alto, el estar atados a cosas materiales, a la mediocridad y al pecado no nos permiten alcanzar la libertad de elevarnos más allá de nuestros límites. Nos acostumbramos a vivir atados cuando hemos sido creados para ser libres e ir detrás de lo que parece imposible.
En segundo lugar debemos escuchar la voz de Dio que nos dice: " este es mi Hijo amado, escúchenlo". Cuando hemos alcanzado la cima del monte y entramos en sintonía con Dios podemos escuchar su voz que nos da dirección, que nos muestra el camino a seguir. Y este camino no es otro que Jesucristo, la razón de nuestra alegría, de ese gozo que nos hace decir como Pedro: "que sabroso es estar aquí". Sólo quienes descubren lo hermoso de una oración hecha con el corazón son los que pueden saborear La Paz que viene de Dios.
Y por último, la consecuencia de este subir, de este estar a solas con Dios escuchando su palabra: ser transfigurados. Jesús se transfigura delante de sus discípulos para mostrarle la gloria que nos espera después de atravesar el camino del sufrimiento que conlleva cargar con la cruz. En la vida debemos cargar con muchas cruces. Son los sufrimientos de cada día, los momentos difíciles de los que queremos escapar. Dios nos llama a enfrentarlos, aceptarlos como parte importante de la vida, que no son un fin en sí mismos sino que son el modo de alcanzar la gloria de la victoria. Son los momentos difíciles quienes nos hacen verdaderamente fuertes. Ser transfigurados significa también ser transformados. La oración tiene el poder de transformarte, de devolverte el ser imagen y semejanza de Dios. Podemos decir que el pecado nos desfigura mientras que Jesús nos transfigura para hacernos como Él, y configurados a Él ser nuevamente imagen y semejanza del Dios que nos hizo buenos.
Estas tres acciones se realizan bajo dos condiciones: la primera; si subimos lo hacemos con Cristo y con la Iglesia. Jesús no llevó a sus discípulos a la montaña de uno en uno, escogió tres de ellos. Para mi estos tres representan a la Iglesia. Somos llamados a vivir la Fe en la Iglesia, nunca en solitario. Y la segunda condición es bajar. Solemos escuchar decir que todo lo que sube tiene que bajar. Así también debe suceder en la vida cristiana. Por lo tanto, si subimos a la oración debemos hacernos conscientes de que bajar es necesario. Bajar implica volver al mundo, a nuestras realidades asumiendo las tareas de todos los días. La diferencia está en que retomamos las cosas pero de un modo nuevo, es decir, renovados, cambiados, con otra actitud. La oración nos capacita para asumir las tareas del mundo con una actitud nueva. El ser transfigurados con Cristo nos capacita para resplandecer en el mundo con nuestras buenas obras, resplandecer de amor, de alegría, de optimismo, como lámparas que puestas en lo alto alumbran a todos los de la casa, o como el sol que hace brillar su luz sobre todos sin excepción. Que de igual modo brille nuestra luz en medio de las tinieblas y de la oscuridad del pecado.
Pidamos a Papa-Dios que en este camino cuaresmal nos conceda la gracia de subir (acrecentar la oración), para escuchar su palabra (lectura asidua de la Biblia) de modo que podamos ser transfigurados (conversión) y así poder resplandecer en el mundo con nuestro buen testimonio de cristianos, miembros de la Iglesia, discípulos misioneros de Jesucristo.
Que Dios te bendiga.
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