LUCHAR Y ORAR
En el libro del Génesis, se nos cuenta la historia que sucedió a Jacob, cuando lucha toda la noche con un hombre desconocido a quien durante la pelea puede reconocer, y después de ser bendecido decir: “he visto a Dios cara a cara” (Gn 32,29). Jacob había luchado con Dios y en la lucha, Dios le bendijo. Sin duda alguna, este relato contiene una profunda enseñanza para nosotros hoy, la oración en muchas ocasiones puede definirse como una lucha de toda la noche; convirtiéndose así en un combate que se libra a solas con Dios. El mejor ejemplo de esto lo tenemos en Jesús, cuando en el momento cumbre de su vida ora en Getsemaní (Lc 22.39-46).
Jesús sabía que estaba cerca la hora de cumplir la voluntad que su Padre le había encomendado; morir en rescate de muchos (Mc 10,45), la tristeza y el miedo habían tomado control de su vida; tanto que fue capaz de pedir ser librado de esa hora. Sin embargo la lucha en la oración; la permanencia en la comunión intima con su Padre, le da fuerza para después decir a sus discípulos cansados y dormidos: “Levántense, ya se acerca el que va a entregarme” (Mc 14,42). Sin duda alguna debemos aprender que luchar en la oración nos garantiza la victoria ante la prueba, y es que ante problemas grandes, oraciones más intensas. Por eso Jesús deja bien claro a sus discípulos: “Oren sin desfallecer para que no caigan en la tentación” (Mc 14,38)y si a esto sumamos lo sucedido a Jacob, podemos estar seguros que cuando luchamos en una oración constante, seremos plenamente bendecidos.
Cuando aprendamos el valor que tiene una oración constante, seremos capaces de alcanzar grandes victorias. La oración verdadera es lucha y requiere de constancia. Por eso, cuando Jesús hablaba de la oración, nos ponía el ejemplo de la viuda desamparada frente al juez injusto que la ignoraba (Lc 18,1ss). Asumamos para nuestra vida espiritual, la actitud de esa viuda, que clama desesperada, no un día ni dos, sino una semana, un mes, pero con el propósito firme de obtener una respuesta. Pero ¿como vamos a obtener lo que pedimos, si no somos capaces de perseverar ni un solo día en la oración? Abandonamos porque somos impacientes, o porque presentamos la excusa de no sentir nada en la oración. Y es que acaso ¿orar es sentir? Dios desea ver en nuestras oraciones voluntad y determinación.
Además, orar no es solo desear o pedir lo que creemos necesitar. Orar va mucho más allá de una simple petición caprichosa y egoísta. Orar es dejarse transformar, es aceptar lo que Dios quiera para nosotros, y negarse a dar órdenes a Dios de lo que creemos conveniente para nuestra vida. En el relato del Génesis que hemos citado, podemos leer como Jacob experimenta un cambio de nombre; lo que supone en lenguaje bíblico, una transformación espiritual y personal debida a un encuentro con Dios. Aplicando esto a la vida aprendemos que la lucha en la oración, no solo nos asegura victoria; sino que su efectividad y autenticidad, debemos verificarla en la transformación que ocurra en nuestro ser, en nuestro vivir cristiano en la cotidianidad del día a día, de modo que nuestra vida cristiana se haga cada vez más vida cotidiana, viviendo con coherencia el Evangelio en lo cotidiano, así y solo así, la misma vida cotidiana se convertirá en una oración que dará gloria a Dios.
Pbro. José Francisco Alvarez
¡Muchas gracias Padre José por compartirlo!
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